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Por un lado, podemos decir que la felicidad es parte del bienestar humano. Por otro lado, el dinero, o en términos más generales, el ingreso, también lo podría ser, ya que el ingreso nos permite consumir, y el consumo nos da bienestar.
La evidencia empírica muestra que existe una relación positiva entre la satisfacción con la vida y el ingreso, aunque muestra una gran dispersión.
Otra medida, el bienestar emocional—el balance entre las emociones positivas y negativas—se relaciona con el ingreso pero sólo hasta cierto nivel. El ingreso nos ayuda a cubrir nuestras necesidades más básicas, como la alimentación, la vivienda, el vestuario, la salud, etc. Si no tenemos dinero suficiente para cubrir esas necesidades sentiremos emociones negativas: estrés, ansiedad, tristeza, frustración, rabia. Sin embargo, cuando ya hemos cubierto esas necesidades, tener más dinero no necesariamente nos hará experimentar más emociones positivas.
El investigador Richard Layard ha encontrado siete factores que afectan los promedios nacionales de felicidad:
Estos factores pueden explicar porque se observa tanta dispersión en la relación entre felicidad e ingreso.
El rey de Bután, un país budista, propuso maximizar la felicidad interna bruta en lugar del producto interno bruto (PIB). Bután es un país pobre, pero gracias a su cultura sería un país feliz, lo que sería un mejor reflejo de la calidad de vida de un país.
Para determinar si es mejor maximizar la felicidad, deberíamos preguntarnos si la felicidad es un buen indicador de bienestar.
No necesariamente, debido a la adaptación hedónica. El ser humano tiene la capacidad de adaptarse a las diversas circunstancias de la vida, sin importar si estas son positivas o negativas. Cuando las personas sufren eventos negativos ven caer sus niveles de felicidad, pero luego de un tiempo experimentan una reversión a su nivel promedio. Lo mismo sucede tras los eventos positivos. Una gran felicidad no perdura.
De hecho, los niveles de felicidad son determinados biológicamente. Una persona es más o menos feliz que otra en promedio, dependiendo de la cantidad de ciertos neurotransmisores presentes en su cerebro.
Esto podría explicar por qué algunos países, como los países latinoamericanos, reportan más felicidad—satisfacción con la vida—que lo que predeciría su nivel de ingreso. Una explicación alternativa sería la cultura.
Sin embargo, esto también revela la debilidad del enfoque en la felicidad. Una persona puede vivir en la pobreza extrema, sufriendo múltiples carencias y, aun así, ser feliz. Una persona puede vivir en el lujo y riqueza obscena y, aun así, sentirse infeliz. Sin embargo, la segunda persona disfruta de un bienestar mucho mayor que la primera. Tiene la libertad de elegir lo que quiere hacer, tiene la capacidad de funcionar.
Por estas razones es mejor usar en un enfoque integral. No maximizar sólo el crecimiento o sólo la felicidad, sino un conjunto de indicadores de desarrollo económico.
Todaro y Smith. Economic Development.
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