Este es un resumen de las ideas más interesantes—en mi opinión—del primer capítulo del libro: The Broken Ladder: How Inequality Affects the Way We Think, Live, and Die, de Keith Payne: Lunch Lady Economics.
Nuestra percepción de estatus
Contenidos
Imagine una escalera en que las personas en la cima son las mejor paradas, las que tienen más dinero, la mejor educación, y los mejores empleos. Por el contrario, las personas en la base son las peor paradas, las que tienen menos dinero, la peor educación y los peores empleos, si es que tienen empleo. Si usted tuviera que evaluar su propia situación económica, ¿En cuál de los 10 escalones se ubicaría? Esta visualización se usa para medir el estatus social subjetivo.
En teoría deberíamos ser capaces de predecir perfectamente el estatus social de una persona en base a su ingreso, educación y trabajo—que son los criterios tradicionalmente usados para definir el estatus socioeconómico. Sin embargo, no es así. Si se tomara una muestra de 1000 individuos, algunos se ubicarían en la cima, otros en la base, y una mayoría en el medio. Si se analiza la relación con los criterios mencionados anteriormente, se encuentra que sólo el 20% de la auto evaluación se puede explicar por el ingreso, educación y trabajo. Las percepciones subjetivas de estatus no se alinean con las medidas objetivas. Es decir, el estatus subjetivo no se puede explicar por factores objetivos.
Las consecuencias de la percepción de bajo estatus social
Se ha encontrado que las personas que se ubican a sí mismas en un escalón más bajo de la escalera social tienen una mayor probabilidad de sufrir de depresión, ansiedad y dolor crónico. Es más probable que tomen malas decisiones y que tengan un menor desempeño en el trabajo. Es más probable que crean en lo sobrenatural y en conspiraciones. Es más probable que tengan problemas de peso, diabetes y enfermedades del corazón. Mientras más abajo se ubique un individuo menor es su esperanza de vida. Lo anterior no sucede porque las personas son pobres, sino porque se sienten pobres. Obviamente existe una correlación entre ser pobre y sentirse pobre, pero sólo se trata del 20% de la historia.
La percepción de estatus se origina a partir de comparaciones sociales. Todos sabemos cuánto dinero ganamos, pero no cuánto es suficiente, por lo que nos comparamos con otras personas para evaluar cuánto es suficiente. Estas comparaciones son tan habituales que raramente notamos que las estamos haciendo. Además, son inevitables, ya que ocurren de forma inconsciente. Nos sentimos ricos o pobres en base a las comparaciones que hacemos. Además, a medida que nos hacemos más exitosos aumentan nuestros estándares de comparación. De hecho, podemos ser ricos y aun así sentirnos pobres, si quienes nos rodean son aún más ricos. Cuando aumentamos nuestro ingreso rápidamente nos adaptamos al nuestro nuevo nivel, por lo tanto, lo que percibimos como suficiente está siempre cambiando.
El efecto Lake Wobegon
Cuando hacemos comparaciones con otras personas, siempre nos ubicamos en la parte superior de la escalera social. Encontramos que es más cómodo ubicarnos ahí. Si nos preguntamos qué tan inteligentes somos, qué tan leales somos como amigos, qué tan buenos conductores somos, etc., siempre pensamos que somos mejor que el promedio.
Este efecto se ha encontrado consistentemente en una gran variedad de experimentos. Por ejemplo, en un estudio se le pidió a un grupo de voluntarios que evaluaran qué tan buenas personas eran en una serie de dimensiones. Los participantes se consideraron más morales, amables, más fiables, y más honestos que la persona promedio, lo que fue un resultado poco sorpresivo, excepto por el hecho de que los voluntarios eran presos condenados en una cárcel. La única categoría en que los presos no se evaluaron por encima del promedio fue “respetuoso de las leyes”, en que se consideraron justo en el promedio. En otro estudio se les preguntó a profesores universitarios que autoevaluaran sus habilidades de enseñanza. El 94% se autoevaluó mejor que el promedio.
Una explicación basada en la teoría de la evolución
Tenemos una fascinación con el estatus alto, que no se encuentra únicamente en el ser humano, ya que también se ha observado en estudios realizados con primates. Por ejemplo, en una investigación se encontró que los monos preferían mirar fotos de monos de alto estatus en lugar de fotos de monos de bajo estatus. Sus preferencias no cambiaban incluso cuando se les ofrecía jugo por mirar fotos de monos de bajo estatus.
En la antigüedad, nuestros ancestros cazadores-recolectores vivieron en pequeños grupos de personas durante miles de años. Si bien existía una jerarquía, las diferencias entre la cima y la base de la escalera social eran menores, debido a la imposibilidad de acumular riqueza y al reducido tamaño de los grupos. Si un individuo cazaba un mastodonte, ¿qué haría con toda la carne? Lo mejor era compartirla, y transformarla en una moneda de buena voluntad, de forma que cuando necesitara ayuda en el futuro hubiese otros dispuestos a ayudarle. Es decir, existía un sistema de intercambios recíprocos, en que las personas recordaban el esfuerzo y los aportes de cada uno, y se disgustaban cuando alguno recibía más que los demás.
Este comportamiento también se observa en monos. En un estudio se realizó un juego de intercambio entre los investigadores y un grupo de monos. Se les enseñó a los monos a intercambiar piedras por pepinos. En una segunda fase del experimento, a algunos monos les dieron uvas en vez de pepinos, que para los monos se trata de un snack mucho más apetecible que el pepino. Cuando esto ocurrió, el resto de los monos ya no aceptaba pepinos a cambio de piedras, aun cuando tener cualquier comida era mejor que no tener. El pepino, que era una recompensa aceptable inicialmente, ya no lo era cuando otros monos estaban recibiendo uvas.
El descubrimiento de la percepción de justicia en los monos sugiere que dicho comportamiento tiene un origen evolutivo, que no es un comportamiento aprendido. En consecuencia, si los individuos realmente nacen con una preocupación por la desigualdad, se debería encontrar evidencia incluso en niños pequeños, y así es. De hecho, el mismo comportamiento exhibido por los monos se encontró en niños de tres años.
¿Cuánta desigualdad es deseable? El velo de la ignorancia
La sociedad relativamente igualitaria se terminó con la invención de la agricultura, que hizo posible la acumulación de riqueza. En el contexto actual, la percepción de cuánta desigualdad es deseable es una pregunta cuya respuesta está sesgada por el estatus de los individuos. Para los individuos con dificultades los niveles de desigualdad son excesivos, mientras que para los individuos que se han beneficiado del sistema, la desigualdad actual está bien.
Para responder a esta pregunta de forma objetiva, se puede utilizar el experimento conocido como “el velo de la ignorancia” de William Lee Rawls. Imagine que usted ha despertado tras un largo viaje interestelar, y no recuerda nada de su pasado. Usted no sabe si es rico o pobre. No sabe si es fuerte o débil, inteligente o tonto. A medida que su nave se acerca a un nuevo planeta, usted debe escoger en cuál de las muchas sociedades le gustaría vivir. El problema es que usted no tiene ideas de qué tipo de posición ocupará en la sociedad que escoja.
Algunas de las sociedad alienígenas son increíblemente desiguales, donde incluso la esclavitud es común. Otras sociedades no son tan desbalanceadas, pero la desigualdad también es extremadamente alta, ya que algunos de sus habitantes son desesperadamente pobres mientras que otros son fabulosamente ricos. Otras sociedades son igualitarias, con sólo pequeñas diferencias entre los más pobres y los más ricos. ¿En qué sociedad preferiría vivir?
Para cualquier persona razonable, la sociedad igualitaria sería la mejor opción, ya que asegura que incluso el peor resultado posible sea aceptable. La conclusión del experimento de Rawls es que no se le puede simplemente preguntar a las personas cuánta desigualdad es deseable, ya que su opinión estará sesgada por sus habilidades e intereses. Los individuos más fuertes, inteligentes y competitivos preferirán las sociedades desiguales, ya que parten con ventaja. En estas condiciones, usar el velo de la ignorancia nos permite evaluar más objetivamente qué tipo de sociedad es mejor para todos.
En un estudio de Michael Norton y Dan Ariely se les preguntó a 5000 estadounidenses que estimaran qué porción de la riqueza total del país estaba en manos de los individuos en cada quintil de ingresos. Si bien las personas reconocían que había desigualdad, la subestimaban en extremo. Por ejemplo, estimaban que el quintil de más altos ingresos poseía el 59% de la riqueza, cuando en realidad posee el 84%.
A continuación, se les preguntó cuál debería ser la asignación de riqueza en un mundo ideal. Los individuos contestaron que el quintil de más altos ingresos debería poseer el 30% de la riqueza, y el más pobre el 10% de la riqueza (en realidad el quintil más pobre posee el 0.1% de la riqueza). Dicha asignación de riqueza no se parecía para nada a la de EEUU, el país desarrollado más desigual, sino que se asemejaba a la de Suecia, uno de los países más igualitarios del mundo.
Por último, se puso a prueba el velo de la ignorancia. Se les mostró a los encuestados dos gráficos circulares ilustrando diferentes niveles de desigualdad. Uno correspondía a la distribución de riqueza de EEUU y el otro a la de Suecia, pero los individuos no lo sabían. Se les preguntó a los encuestados ¿Si fueran asignados aleatoriamente a algún nivel de estatus en estas economías, en cuál preferirían vivir? El 92% de los encuestados escogió Suecia. La elección fue sorprendentemente similar en distintos grupos de personas, hombres y mujeres, ricos y pobres, republicanos y demócratas.
Las miserias provocadas por la rápida evolución de nuestra sociedad
La disparidad entre nuestras necesidades biológicas, que evolucionan lentamente, y nuestro ambiente, que evoluciona rápidamente, ha originado mucha de la miseria del mundo actual. Por ejemplo, el hambre. Nuestra naturaleza no nos permite discernir cuantas calorías necesitamos o qué tipo de nutrientes son deberíamos consumir. El deseo por consumir azúcar y grasa ha sido moldeado por la evolución ya que se trata de alimentos altamente efectivos para aumentar nuestro peso, lo que era una necesidad en los tiempos de los cazadores-recolectores, en que la comida era muy escasa, por lo que no existía el riesgo de engordar demasiado. Al contrario, reducía el riesgo de desnutrición, por lo que este rasgo prevaleció y se transmitió durante muchas generaciones. Sin embargo, en el día de hoy, en que la comida es abundante, dichos deseos contribuyen al desarrollo de la obesidad, diabetes y enfermedades del corazón.
De la misma manera existe una disparidad entre nuestra necesidad de tener estatus y la forma en que se organizan las economías modernas. El estatus se asocia a una mayor probabilidad de supervivencia y reproducción, por lo que nuestros ancestros de mayor estatus fueron más efectivos para transmitir sus genes a la siguiente generación. Como resultado, desarrollamos un apetito visceral por estatus social. Para muchas personas el dinero, el poder y la admiración de otros individuos es tan irresistible como la comida o el sexo.
Si nuestra respuesta a la desigualdad está moldeada por nuestra necesidad de estatus, la desigualdad no es simplemente una cuestión de cuánto dinero tenemos, sino de cuánto tenemos en comparación a otros. Es decir, podemos ser ricos, y aun así sentirnos pobres si otros son más ricos que nosotros. Lo que importa es sentirse pobre, no sólo ser pobre. Esto hace que la desigualdad tenga consecuencias enormes para todos, no sólo para los pobres, sino también para la clase media.